editorial
20/03/2020

La pobreza energética tiene rostro de mujer

[Editorial] Cuando pensamos en las inequidades de género, lo primero que comúnmente se nos viene a la cabeza tiene que ver con diferencias salariales, de acceso al mercado laboral, o la escasa presencia de mujeres en puestos directivos o de poder, pero estás inequidades también se expresan en otros ámbitos como la energía, y en particular el desigual acceso a servicios energéticos asequibles y no contaminantes.

 

La pobreza energética tiene rostro de mujer

La reciente conmemoración del Día Internacional de la Mujer es una oportunidad para relevar que en nuestro país, y en el mundo, las mujeres son más vulnerables ante lo que se conoce como la “pobreza energética”.

En nuestro país las mujeres siguen dominando preferentemente el trabajo doméstico, que no solo no es remunerado, sino que además las enfrenta mucho más a la contaminación intradomiciliaria por el uso de leña, muchas veces húmeda, o parafina para calefacción o cocina, aún las más importantes fuentes de calor en los hogares en Chile. Producto de la baja eficiencia energética de las viviendas, las mujeres que deben permanecer en el hogar se ven más expuestas a menores temperaturas al interior de las casas durante el invierno.

Según un estudio de la Red de Pobreza Energética, las personas más vulnerables viven hasta 4,5 °C bajo la temperatura de confort durante el invierno, lo que conlleva mayores enfermedades respiratorias, cardiovasculares y también psicológicas, en particular afectando más a niños y adultos mayores, típicamente al cuidado de mujeres.

Si a lo anterior le sumamos que en Chile, producto principalmente del uso de leña no sustentable y del diésel en transporte, tenemos nueve de las diez ciudades con más contaminación atmosférica de Latinoamérica, concentradas en el centro y sobre todo el sur del país, urge que nos hagamos cargo de estos aspectos.

Avanzar hacia la reducción de la pobreza energética requiere no solo de una mejora radical en la calidad de la aislación térmica y eficiencia energética de las viviendas, o el uso de sistemas eficientes de calefacción como las bombas de calor eléctricas, si no también abordar este desafío desde una perspectiva de género y cambio cultural.

Por ello, cuando desde el sector de la energía eléctrica buscamos liderar la transición energética, implica no sólo alcanzar la carbono neutralidad para el combate al cambio climático, si no también abordar los desafíos actuales de desigualdad, apuntando a un acceso equitativo a los beneficios de energía asequible y no contaminante, contribuyendo a la construcción de un país donde la pobreza energética deje de tener rostro de mujer.

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